Tangut
La vi desde la ventanilla del vagón. Un vagón de hierro oxidado, sucio y caluroso. Tenía la sensación de estar dentro de un horno metálico. Al girar mi cabeza hacia la ventana, mis ojos encontraron un ventilador lleno de pelusa y suciedad, un ventilador más joven que el vagón y que no funcionaba; a pesar del calor di las gracias por ello, solo Dios, Shiva o cualquier ser espiritual sabía el alcance del desastre que supondría poner ese aparato en marcha, un tornado de ácaros y otros pequeños seres se abalanzarían sobre nosotros sin piedad.
Como si me leyera el pensamiento, la chica del asiento de enfrente me sonrió, con sus enormes ojos negros, ajena al tintineo de sus pulseras originado por el movimiento del tren. Yo seguía fascinada con los colores, con la belleza que emergía de tanta miseria.
Y la vi desde la ventanilla. Allí estaba en cuclillas, una niña de unos once o doce años, con el pelo sobre su frente mate por la tierra. Intentaba coser un saco de basura, un saco roto de basura para llenarlo de más basura y poder venderla para tener algo que llevarse a la boca.
- No pasa nada, ella no sufre. - Volví mi cara hacía el asiento de enfrente, era la chica del tintineo de las pulseras. La miré extrañada. - Ella está resignada, desde que nació sabe que es la vida que le espera y que no puede hacer nada por cambiarla. Ni puede ni debe.
- Claro que puede mejorar. Con una educación, un empleo, su suerte puede cambiar.
- No, es una dalit, una intocable, no puede aspirar a más o su siguiente reencarnación será más dura que ésta. - No podía dejar de pensar en que eso sería algo imposible. Una reencarnación más dura que esa sería no nacer o hacerlo en forma de gusano. La chica me sonrió con ternura. - No sufras, no podemos extrañar lo que no hemos conocido. Ella, al igual que yo tiene que llevar la vida que le marca su casta. Del mismo modo que yo como shudrá, no podré aspirar a ser cosa distinta de la que han sido mis padres: campesinos. Campesinos felices, sin más deseo que el de vivir cada día.
Me quedé pensando en sus palabras, no supe que decir. Sabía que el sistema de castas había sido abolido en los años cincuenta, pero aún siguen arraigadas en la sociedad. La chica se levantó, tocó mi hombro y sonriendo de nuevo me dijo:
- Sé que no es fácil de entender desde tu pensamiento occidental pero no se es más feliz por tener más cosas o más comodidades, se es feliz estando vivo cada día. - Y bajó del vagón como una silueta vaporosa de colores brillantes.
El tren se puso de nuevo en marcha, dejando a la niña del saco de basura cada vez más pequeña, más lejana. Sé que en algún momento de mi vida pasará al olvido y esa imagen que me dejó impresionada se irá borrando poco a poco entre mis comodidades y mis pequeños sinsabores.
¿Y si la chica del tren lleva razón? ¿Y si esa niña sufre menos de lo que yo puedo imaginar? No podía soportar el hecho de que nacer en una determinada familia o en un lugar concreto te dejara encajonado, sin libertad de movimiento hasta la muerte. Por esa razón había viajado hasta allí, para trabajar en educación con los niños, para enseñarles a soñar y a no resignarse con lo que les había tocado al nacer. Pero sus palabras hicieron mella en mí. ¿Y si estaba ilusionando a esos niños con algo que jamás podrían conseguir?
Me quedé dormida con esa pregunta en la cabeza, el calor del vagón ya no me molestaba y cuando bajé del tren aún soñolienta, me esperaba Sarisha con su pequeña moto. Como indicaba su nombre, era una joven sofisticada, con un pelo negro azabache y una tez demasiado oscura para cumplir su sueño de ser actriz. Sarisha tenía quince años y hacía un año que vivía en el centro donde yo hacía mi voluntariado.
Sarisha había sido liberada de un prostíbulo para hombres ricos en las que solo había niñas de entre doce y dieciséis años. Ella tenía trece cuando la llevaron allí. No conocía a más hombres que a su padre y sus hermanos, jamás había hablado con otros que no fueran de su entorno. Era una niña tímida que un día jugando en la calle a Tangut -a ella le había tocado hacer de apicultor y tenía que perseguir a sus amigos que hacían de abejas- unos hombres la agarraron por detrás y la subieron en una moto a la fuerza. Iba sentada entre los dos, intentando escapar de allí, pero no pudo. La subieron en un tren y cuando bajó en una ciudad que desconocía, la llevaron a un lugar oscuro, con otras niñas de unas edades similares pero vestidas con poca ropa y maquilladas de una forma exagerada. No sabía dónde estaba y para qué estaba allí, por desgracia, esa misma noche comenzó su calvario. La tocaban hombres muy distintos a cómo eran los que había conocido antes, como eran su padre o sus hermanos o los chicos de su barrio. Estos tenían la piel clara, oscura, eran rubios, morenos, occidentales, orientales, cada uno diferente pero todos con lo mismo en común: la cartera llena y la depravación en su cabeza.
Sarhisa se resignó, pensó que jamás saldría de allí, al menos viva. Hasta que hacía más o menos un año, durante una redada fueron liberadas todas las niñas que habían sido sometidas a la fuerza. No sabía de donde venía o si sus padres la estarían buscando. Afortunadamente, unos días después consiguió entrar en el centro donde su sonrisa se volvió casi.
A todas horas estaba coordinando a los niños para que hicieran algún teatro o alguna danza de las películas que veíamos los viernes. Siempre sonriendo, siempre feliz.
Desde su moto, me recibió con esa enorme sonrisa suya y me dijo:
- ¿Cómo está señorita? Suba a la moto que tenemos una sorpresa para usted.
Me guiñó el ojo mientras se ponía el casco y nos perdimos entre el mar de claxon, humo y especias.
Eran mis últimos días allí, mis seis meses de aventura habían finalizado y debía volver a mi realidad, que por muy dura que a veces fuera para mí, ya jamás podría volver a sentirla de la misma manera. Cuando vuelva de un largo día de trabajo, pensaré que al otro lado del mundo hay una niña intentado coser un saco roto de basura para sobrevivir o que otras, como Sarisha intentan cumplir su sueño. Y con estos pensamientos, llegamos al centro y todo el bullicio habitual que había en el patio no existía, absoluto silencio. La sorpresa estaba en marcha.
De pronto, una fila de niños de ojos negros desfiló hacia mí dejando cada uno de ellos una flor sobre una pequeña mesa que había a mi lado. La última de la fila era Sarisha llevando una tela turquesa y fucsia; un sari con mis colores favoritos que con la ayuda de la directora del centro pusieron sobre mi ropa occidental.
- Ya casi es una de los nuestros señorita. Sonreí con lágrimas en los ojos.
- Dhanyavaad Sarisha, gracias. - Y acaricié su mejilla.
Los niños se desplegaron en el patio como si fueran un pequeño ejército para hacer un pequeña coreografía y Sarisha se alejó de mí al ritmo de la música, con su enorme sonrisa y sus grandes ojos negros tan emocionados como los míos.
Entonces recordé a la niña del saco de basura y pensé, ¿por qué no? Estos niños tienen una vida mejor ahora, ¿por qué ella no lo intenta? La respuesta era simple, le habían hecho creer que si no hacía nada para mejorar su vida actual, la próxima será mejor. Pero, ¿y si sólo tenemos una vida?
Fdo. Madame BobalVVVV
No hay comentarios:
Publicar un comentario