Aunque Pilar ha desarrollado otros acciones de apoyo con distintos colectivos, como voluntaria cultural, principalmente vamos a centrarnos en su intervención con colectivos interculturales dentro de los talleres de Español Lengua Extranjera, o talleres de lengua y cultura española .
Llegué a Biblioteca Solidaria
a través del taller de lectura de la Universidad de Mayores, José Saramago, de
la cual soy alumna. Dicho taller es conducido por David Martínez, quien me dio
a conocer las acciones que se llevan a cabo en Biblioteca Solidaria. Una
de ellas es la de Español para Extranjeros, y aunque he participado en algunas
más, David me propuso participar en ella. Soy maestra de formación y esta misma
actividad ya la había realizado durante un tiempo en Cáritas, por lo que,
cuando David me propuso participar, enseguida me interesó su propuesta. La cual
agradezco enormemente.
Así pude conocer a Marcela, Fátima,
Lidya, Salima, Alí, Wenes, Hanza, Rabia, Soumía, Xiaoyi y algunos nombres más,
que la lista es larga. No son solo nombres para mí, son hombres y mujeres
con, en la mayoría de los casos, vidas difíciles y llenas de carencias y de
ilusiones, que han arriesgado y sacrificado, en busca de una vida mejor.
Una gran parte de ellos vienen
procedentes de Marruecos, también de otros países africanos. Otro buen número
procede de los países del Este europeo, rumanos, ucranianos…
La motivación, que les lleva a
asistir a las clases de español, para la mayoría es la misma, encontrar un
empleo y poder tener una vida mejor, es una necesidad tan grande la de aprender
lo mínimo para, siquiera tener alguna opción de encontrarlo y poder
desenvolverse en el mundo laboral, tan reducido para ellos.
Esa motivación acarrea un problema de
continuidad en la asistencia a las clases, ya que, como he dicho anteriormente,
su prioridad es el trabajo, la supervivencia por encima de todo.
Detrás de la vida de estos hombres y
mujeres hay verdaderos dramas, familias separadas, y muchos riesgos para poder
llegar a lo que ellos creen la tierra salvadora.
Recuerdo a Hanza, un joven marroquí
que había recorrido varios países europeos en busca de un hermano, quería
llegar a Bélgica, donde creía que estaba y terminó en Cuenca. Tiempo después lo
encontré por la calle, estaba trabajando en una peluquería.
Wenes, un chico brasileño, que me
enseñaba las fotos de sus hijos, había encontrado un trabajo de pastor en un
pueblo y se marchó a Brasil para traerse a su familia. No sé nada de él, nos
atravesó la Pandemia.
Lidya, una señora ucraniana, iba y
venía a las clases en función de si tenía o no trabajo.
Xiaoyi, una chica china de unos 22
años, estudiante de Bellas Artes, no tenía problemas económicos, pero sí,
muchos psicológicos y de soledad. Se pasó todo el confinamiento completamente
sola, la única conexión con el mundo era las llamadas de teléfono que yo le
hacía. Hoy seguimos manteniéndolas.
Salima, ¡ay Salima! Una, casi niña,
marroquí, víctima de violencia de género, venía a las clases con su hijo de
meses. De ella y sus mil problemas tendría tanto que contar. Hoy trabaja
algunas temporadas, está haciendo un curso de cocina y trata de tener un futuro
con su hijo.
Todos los hombres y mujeres que han
pasado por mi vida han dejado una huella imborrable y una enseñanza de
tolerancia, de resistencia, de aceptación, de lucha…
Siento una inmensa gratitud y un gran
cariño hacia cada uno de ellos.
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