14/4/16

Conociendo al voluntariado: Manolo


Yo soy un tipo con suerte. Tengo oportunidad de aprovechar mis experiencias para pagar deudas sin acreedor concreto. He tenido la ocasión, décadas ha, de valorar en extensión y profundad lo que vale una compañía receptiva cuando las cartas te van llegando mal dadas, quien te escuche, alguien con buena disposición en un entorno arisco. Una vez jubilado y con todo mi tiempo disponible, la institución del voluntariado me ha dado, desde hace cinco o seis años, el marco adecuado para menguar mis números rojos.

Cualquiera que haya cantado el catecismo, el del padre Ripalda yo, le suena aunque con sordina, unas ciertas obras de misericordia, catorce son, siete corporales y siete espirituales. De las primeras debe ser la sexta la menos popular, me parece: visitar a los presos que se dice hoy, o redimir al cautivo con las palabras de mediados del siglo pasado. Y no a mucha distancia, no sé si por delante o por detrás, la acompaña la quinta: dar posada al peregrino. En estas fechas en que la Iglesia Católica está de pleno en el Año de la Misericordia no faltan reclusos y emigrantes bien cerca de nosotros a quienes echarle una mano.

Hay quien teme prestar ayuda por no considerarse preparado e imagina difíciles asignaturas por aprender. Es lógico en este ambiente de cursillos, certificados, masters y otras mandangas, plantearse la idoneidad para cualquier acto. Yo le di muchas vueltas antes de animarme. Pero la respuesta me llegó clara y contundente después de mucho cavilar.
-¿Cuál ha sido hasta ahora mi misión más importante? –me pregunté. Y me respondí: -La paternidad.

Caí en la cuenta de que nadie me enseñó tan difícil tarea ni ninguna autoridad me exigió formación alguna. Si estabas casado, nada que objetar, si estabas soltero, a casarte. Si querías. Y fui cinco veces padre de veinteañero inexperto. Así que es cuestión de cariño y empeño, pensé. Y aquí estoy.

Por efectos de la burocracia en principio solo pude ayudar al inmigrante y enseñar al que no sabe, muy modestamente por descontado. No me costó nada, al contrario, gané bastante. Conocí y pude entender a gente estupenda de Pakistan, Eritrea, Argelia, Polonia, Armenia, Rumanía, Rusia, Bulgaria, Nigeria, Marruecos, Siria… gente valiente, pobre por mil distintas circunstancias. Me hicieron valorar mis privilegios y mi suerte. Les estoy agradecido por su ejemplo. 

Luego, por fin, me permitieron acudir al Centro Penitenciario. A quienes hayan arrugado los morros al leer las amistades de las que presumo, les doy ocasión de repetir el gesto si sigue leyendo. Me siento muy satisfecho de haber tratado por ahora con una par de docenas de reclusos y me tengo por amigo de al menos media docena de ellos. Me han limpiado alguna telaraña de prejuicios. Benditos sean.

Hay que considerar también a los compañeros voluntarios. Gente que da. Y punto. No estamos solos. En la Biblioteca tenemos un equipo siempre dispuesto a apoyarte. Gente preparada. Hay un garbanzo negro, nadie es perfecto, pero se puede aguantar.

Y ojo al dato: “Ayudar, rejuvenece”.. 

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