Yo soy un tipo con suerte. Tengo oportunidad de aprovechar mis
experiencias para pagar deudas sin acreedor concreto. He tenido la ocasión,
décadas ha, de valorar en extensión y profundad lo que vale una compañía
receptiva cuando las cartas te van llegando mal dadas, quien te escuche,
alguien con buena disposición en un entorno arisco. Una vez jubilado y con todo
mi tiempo disponible, la institución del voluntariado me ha dado, desde hace
cinco o seis años, el marco adecuado para menguar mis números rojos.
Cualquiera que haya cantado el catecismo, el del padre Ripalda yo, le
suena aunque con sordina, unas ciertas obras de misericordia, catorce son,
siete corporales y siete espirituales. De las primeras debe ser la sexta la
menos popular, me parece: visitar a los presos que se dice hoy, o redimir al
cautivo con las palabras de mediados del siglo pasado. Y no a mucha distancia,
no sé si por delante o por detrás, la acompaña la quinta: dar posada al
peregrino. En estas fechas en que la Iglesia Católica está de pleno en el Año
de la Misericordia no faltan reclusos y emigrantes bien cerca de nosotros a
quienes echarle una mano.
Hay quien teme prestar ayuda por no considerarse preparado e imagina
difíciles asignaturas por aprender. Es lógico en este ambiente de cursillos,
certificados, masters y otras mandangas, plantearse la idoneidad para cualquier
acto. Yo le di muchas vueltas antes de animarme. Pero la respuesta me llegó
clara y contundente después de mucho cavilar.
-¿Cuál ha sido hasta ahora mi misión más importante? –me pregunté. Y
me respondí: -La paternidad.
Caí en la cuenta de que nadie me enseñó tan difícil tarea ni ninguna
autoridad me exigió formación alguna. Si estabas casado, nada que objetar, si
estabas soltero, a casarte. Si querías. Y fui cinco veces padre de veinteañero
inexperto. Así que es cuestión de cariño y empeño, pensé. Y aquí estoy.
Luego, por fin, me permitieron acudir al Centro Penitenciario. A
quienes hayan arrugado los morros al leer las amistades de las que presumo, les
doy ocasión de repetir el gesto si sigue leyendo. Me siento muy satisfecho de
haber tratado por ahora con una par de docenas de reclusos y me tengo por amigo
de al menos media docena de ellos. Me han limpiado alguna telaraña de
prejuicios. Benditos sean.
Hay que considerar también a los compañeros voluntarios. Gente que da.
Y punto. No estamos solos. En la Biblioteca tenemos un equipo siempre dispuesto
a apoyarte. Gente preparada. Hay un
garbanzo negro, nadie es perfecto, pero se puede aguantar.
Y ojo al dato: “Ayudar, rejuvenece”..
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